El 17 de julio ofrecí por primera vez un concierto en Cuba invitado por el Centro Vasco Navarro de Beneficencia dentro de los actos conmemorativos de su fundación en el año 1877 y que coincidía con el 80 aniversario de la gira, en plena guerra civil española, de la selección Euzkadi de fútbol en la isla, en dos etapas: en enero, antes de viajar a la Argentina y de mayo a agosto, tras regresar del cono sur para asentarse definitivamente en México.
Tenía gran expectación por visitar el país caribeño y descubrir -aunque bastante tarde-, el socialismo, la vida cotidiana, el sistema social, la cultura, la educación, la sanidad, las necesidades, etc. Los mejores años del socialismo, bajo la protección de la antigua URSS, ya es historia, sobreviviendo al bloqueo estadounidense y flotando gracias a la ayuda de Canadá. Se puede poner muchos “peros” al sistema y desde una perspectiva imparcial no entender diferentes aspectos del mismo aunque para ello habría que analizar exhaustivamente la situación del pasado para conocer el presente.
El haber estado alojado en la casa cubana de Tania y Miguel, situada en la calle Neptuno, 462, Centro Habana y regentada por Orlando (conmigo en la imagen) y Niurka (ubicación perfecta, trato exquisito, habitaciones grandes con aire acondicionado y comida excelente), me facilitó no perder el tiempo en un turismo estéril y aprovecharlo en visitar lugares claves, salas de conciertos, teatros, entrevistarme con instituciones culturales y deportivas, conocer artistas, el pasado vasco en Cuba y sacar provecho a una estancia que es imposible te deje indiferente.
Pasear por el Centro Habana y la Habana Vieja es una delicia: observar los imponentes edificios de piedra antiguos del siglo XIX y XX, muchos reconvertidos en hoteles, en contraste con el estado de conservación bastante deficiente de otros muchos edificios. Y observar, al mismo tiempo, la huella dejada por personajes vascos en la educación, en el desarrollo de la ciudad y en sus infraestructuras. O pasear por el Malecón y perderte en el horizonte de agua, cielo y luz.
Lo primero que me llamó la atención es que allí todo el mundo es igual, tenga la profesión que tenga, con unos sueldos que pueden oscilar entre los 25 y 40 euros, y no sabes quién es un médico, un historiador, un economista, un profesor, un camarero o un taxista. Gente que por la escasez de medios imaginan soluciones diariamente, con una gran iniciativa e invención y un continuo reciclaje. El único consumismo y reflejo del capitalismo que existe en Cuba es el del turismo, el que puede acceder a los grandes hoteles de cadenas españolas o canadienses, el que puede visitar restaurantes o moverse en transportes nada baratos. Pero que apenas tiene opción de catar el lujo, tipo europeo, sencillamente porque no lo hay. No en vano el mayor ingreso de divisas proviene del turismo que emplea el CUC, una moneda diferenciadora del peso cubano.
En el aspecto musical Cuba es un paraíso de excelentes músicos que no voy a descubrir a estas alturas; músicos de gran calidad que trabajan diariamente en clubes, salas, bares, restaurantes u hoteles y que transmiten una gran energía y alegría al ritmo del son cubano, salsa, bolero o rumba.
Llegó el día de mi concierto en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, situado al lado del Museo de la Revolución. Como preludio y a modo de bienvenida, las danzas vascas de un grupo de niñas del Centro Vasco Navarro, un ejemplo de la labor que desarrolla la asociación sin apenas medios. Confieso que tenía mucha incertidumbre de ver cómo acogería el público cubano mi estreno en la isla pues mi única acompañante era la guitarra. Diseñé un repertorio variado de la discografía para mostrar mi trayectoria entre la barrera de la canción autor y el pop comercial. Al fondo del escenario la ikurriña. El público siguió con atención las canciones que hablaban del Euzkadi de la guerra civil, los “gudaris” del balón, del poeta Marrodán (la txapela o el amor), de la pobreza, del romanticismo, … Pasado el ecuador del concierto logré la colaboración del público que tarareaba las canciones como si las hubiera escuchado toda la vida; llegué incluso a ir detrás de ellos, empujado por el ritmo de sus palmas, ritmo que derrochan por doquier. Un concierto jamás soñado, de esos que acabas vacío por dentro por haberte entregado a tanto silencio, humildad, ilusión, complicidad y colaboración. Me despidieron de pie y jamás olvidaré mi estreno en La Habana.
Mencionar también mi estancia por el Starfish de Varadero donde fue un placer entablar relación con la dirección, empleados y músicos, y donde a escasos metros se celebraba el Festival Josone, que llevaba el nombre del Parque Retiro (de las iniciales José y Onelia) cuya propiedad era del empresario vasco José Fermín Iturrioz Michelena, director de la fábrica de ron Arechavala, y que comprara la primera parcela de tierra de Varadero (Matanzas) en la década de los 30.
Una experiencia enriquecedora que, si todo va bien, repetiré en abril del año que viene invitado para participar en los actos del 500 aniversario de la fundación de la Habana y de la Semana Vasca, una gran oportunidad para dar a conocer Euskal Herria.
Héctor Andrés Carricaburu dice
Me produce aleigría y una gran satisfacción el éxito de Joseba, paseando por Cuba los colores de Euskadi