
Música: Joseba Gotzon
Letras: Marisa de Vitoria / Joseba Gotzon
Arreglos: Margarita Lorenzo Reizabal
Producción: Joseba Gotzon
Artista invitado: Chema Puente (Rabela)
Violoncello: Erwin Grafe
Violín: Pilar Martínez
Percusión: Patxi Goikoetxea
Voces: Itxaso Kintana
Voz encina madre: Sor Josefina
Voz encina hija: Jennifer Santamaría
Diseño de portada e ilustraciones interiores: Joaquín Cano
Las encinas de Ris
– ¿Madre, estoy muy sola, no tengo con quien jugar.
Ya no viene la gaviota que arrastró la pleamar
Cuéntame alguna historia para mis penas calmar.
– Escucha, pequeña encina, lo que voy a relatar.
Hace ya más de mil años, ¡mil años pasaron ya!,
que llegaron unos monjes para esta tierra poblar,
y en la zona de Garbijos se quisieron asentar
y construyeron iglesias y empezaron a sembrar
trigo, cebada y centeno, naranjos y un limonar.
Con ellos llegaron gentes para poder trabajar
en los campos y cultivos, en los montes y en la mar.
– ¿Dónde están aquellas gentes?
– ¡Aquellos murieron ya!,
pero formaron un pueblo, pequeño y lleno de paz.
Todo era verde y dorado, desde el Joyel hasta el Brusco,
encinas y tamarindos, tejos y nogales juntos,
con higueras y castaños y otros árboles de fruto,
tapizábamos el suelo entre la arena y el musgo.
Luego pasaron los años y las casas progresaron,
ya no eran de madera y en piedra se fabricaron
casonas con portaladas y altos muros los hidalgos.
– Y el resto, ¿qué hicieron madre?.
Se conformaron con poder seguir soñando,
pero iban a las mieses, a las vides y a los campos
todos juntos y felices, y trabajaban cantando.
¡Hoy no hay cantos como aquellos!, bellos, rítmicos y claros,
sólo se escucha en las noches el berrear del borracho.
¡Ay pequeña!, ¡hijamía!, antes veía la mar
y la torre de la iglesia, que yo la vi levantar.
Y sus campanas sonaban para a las gentes llamar
al concejo y a la misa, y para el pueblo guardar
de los barcos extranjeros que venían a incordiar.
– ¡Madre!, ¿de qué color es la mar?
– ¡Pobre pequeña!, no sabes la variedad de matices,
son tantos que nunca ves dos mares que se repiten.
Van desde el azul del cielo, en un día soleado,
hasta el gris como el acero cuando el tiempo está enfadado.
Unas veces está en calma, otras se mueve y se agita,
se estrella contra las rocas, brama, ruge y se encabrita.
– ¡Madre, tu estás herida!, tienes el costado abierto,
muchas ramas desgajadas y tus pies al descubierto.
– Encinuca, encinuca, mis días están contados,
las nuevas gentes no quieren que dé sombra a sus tejados,
ni tenernos en sus jardines, en las calles, ni en los prados,
y ese gigante de acero con su garra me ha golpeado,
y poco a poco me muerto, me desplomo y me desangro,
porque estas gentes no quieren que dé sombra a sus tejados.
– ¡Madre no desfallezcas!, éste es tu pueblo y tu prado
Ellos llegaron más tarde a destrozar el pasado,
pero nos quedan amigos que nos miran con agrado
y que sufren con nosotras todo lo que aquí ha pasado
Y te acarician y besan, con los ojos arrasados
porque padecen al ver un encinar asolado.
¡Madre no desfallezcas!, éste es tu pueblo y tu prado.
—
San Pedruco
Antiguas piedras coronan
la cúspide de la isla
donde guardaban al Santo
en su minúscula ermita.
Paraíso de gaviotas
descanso del caminante
que en solitario desea
sentir la esencia del aire.
San Pedruco gris y verde
rodeado por la mar.
San Pedruco gris y verde
bañado de soledad.
Una tarde de marejada
el Cantábrico furioso
hundió una pequeña barca
en la que iban los devotos.
Al fondo del mar se fueron
entre gritos y entre llantos;
los nojeños no volvieron
a sus visitas de antaño.
San Pedruco gris y verde
rodeado por la mar.
San Pedruco gris y verde
bañado de soledad.
Ya nadie acude a tu ermita
en festiva romería
para pasear al Santo
por los callejos de la villa.
Yo quiero siempre soñarte
y llenar mi pensamiento
con tu profundo lamento
caminando en pos del viento.
San Pedruco gris y verde
rodeado por la mar.
San Pedruco gris y verde
bañado de soledad
—
Los canteros de Trasmiera
A Castilla voy mujer
para sacar un jornal
para trabajar las piedras
de una hermosa catedral,
ermitas y monasterios,
iglesias y campanarios
cantero, soy cantero,
cantero transmerano.
No llores más mujer
que pronto pasa el verano
y cuando empiecen las lluvias
regresaré con lo ganado.
Arreglaré nuestra casa,
la corralada y establos,
y pondrás en la ventana
con todo amor unos geranios.
A Castilla voy mujer
para sacar un jornal
para trabajar las piedras
de una hermosa catedral,
las casonas y palacios,
los fustes y capitales,
cantero, soy cantero,
cantero transmerano.
En Noja te quedas tú
en los campos trabajando
y en la casa con los niños
y atendiendo a los ancianos.
Cuidando de nuestra hacienda
y alimentando al ganado,
sin que nadie reconozca
cuánto sudor te ha costado.
A Castilla voy mujer
para sacar un jornal
para trabajar las piedras
de una hermosa catedral,
las bóvedas y los vanos,
los atrios y las capillas
cantero, soy cantero,
cantero transmerano
—
Don Gonzalo y la duquesa
Desde Trengandín a Helgueras
y siempre en la madrugada,
montada en negro corcel,
la duquesa cabalgaba.
En lo alto de la torre
y asomado a la ventana,
esperaba don Gonzalo
a que la niña llegara.
La adoraba desde siempre
desde aquella noche negra
que en chirriante carruaje
a la casona arribaba.
Y algo sintió don Gonzalo
que le penetró en el alma
y su corazón le dijo
que esa niña era su amada.
Con el pasar de los años,
don Gonzalo suspiraba,
si la veía pasar
y si con la dama hablaba
los bellos ojos del hombre
dejaban de ver y amaban,
pero los de la duquesa
con otro varón soñaban.
Una mañana de mayo
la duquesita lloraba
al ver partir hacia Flandes
al muchacho que adoraba.
Y pasaron muchos años
sin que el soldado volviera,
mientras ella cabalgaba
sobre espumas, sol y arena.
Un atardecer de otoño,
cuando el sol ya se acostaba,
se supo que el guapo mozo
había regresado a España.
Y entre la playa y la casa
la duquesita oyó
que el galán se había casado
en Flandes cuando llegó.
Algo se rompió por dentro,
por fuera nada se vio,
el frío asomó a sus ojos
y la sonrisa murió.
El hidalgo don Gonzalo
nunca su amor descubrió,
pero ayudó a la duquesa
a superar su dolor.
Al cabo de algunos años
la pestilencia atacó
con furia todas las casas
y la niña se enfermó.
Con la muerte en la mirada y mecida entre sus brazos,
don Gonzalo susurró:
«¡Siempre te quise, Mariana!».
Y la duquesa musitó:
«Te amé desde la mañana
en que conmigo lloraste
las desdichas de mi alma».
Murió la duquesa, cumple su hermana.
—
El bando del alcalde
Molinero, molinero,
traigo un bando del alcalde
pa que cierres el molino
a las siete de la tarde.
A las siete de la tarde,
molinero,
a las siete de la tarde.
Que las nojeñas se pierden
jugueteando en los sacos
y el alcalde ya no quiere
que bailen con los
muchachos.
¡Anda!, ve y dile al alcalde
si no recuerda que antaño,
cuando él era mozuco,
bien que pasaba aquí el rato.
A las A las siete de la tarde,
molinero,
a las siete de la tarde.
—
Ris silencioso
Rompen las olas
corre la espuma
sobre la arena
en la penumbra.
Allá en lo alto
un campanario
luce señero
y solitario.
Al otro lado
se ve una torre sola se encuentra
entre encinares.
El sol se pone
tras las montañas
nada se oye
todo está en calma.
Y las gaviotas
ya se acostaron
en San Pedruco
donde anidaron.
Ris silencioso
el viento ruge
sube la arena
todo lo cubre.
Cae la bruma
nace la noche
la mar inquieta
me sobrecoge.
Ya huele a mar
ese es mi aroma
ese es el ruido
que me enamora.
—
La puente de Helgueras
Bajo la puente de Helgueras
y l ría de Garbijos
navegaban las pinazas
cargadas de suministros.
Unas iban a la Rota
otras hasta la Angarilla
y allí acudían las gentes
a comprar lo que traían.
Al regresar se llevaban
las naranja y limones,
nueces, higos y castañas
y madera de sus montes.
Y luego la mar cegó
los ojos del viejo puente
y nunca jamás surcaron
otras naves su corriente.
¡Ay! pobre puente de Helgueras
la ría ya consiguió
crecerse con las mareas
y a tu altura al fin llegó.
¡Ay! pobre puente de Helgueras
que sin ojos te dejó.
—
Privilegio real
Soy hermosa como el mar
en cuya orilla nací
soy verde como mis montes
dorada como la arena
azul como el cielo limpio
y gris como la tormenta
arrullada por las aves
y azotada por las olas
agitada por los vientos
y el grito de las gaviotas.
Noja soy.
Las encinas me acompañan
desde los tiempos remotos
arraigadas en mi entraña
son testigos silenciosos
que conocen mis secretos
mis penas y sufrimientos.
Algo se mueve aquí dentro cuando las siento llorar
por las que se van muriendo
por desidia o por afán.
Noja soy.
Fui cuna de nobles gentes
y también de gentes nobles
que con ardor defendieron
mi vida y mi libertad.
Supieron luchar unidos
por mi bien y por el suyo
y entre todos consiguieron
un privilegio real.
Noja soy
—
Romance en la isla
Suenan las olas y el aire frío
miro el mar y eres tú
allí reposan viejos deseos
que nunca pude decir
y en el silencio del crudo invierno
los lloro junto a ti
recuerdo tu mirar, cuán sincero y sin par
tú, yo y el mar.
Este escenario me trae recuerdos
al oír tu risa senil
y hoy que he perdido el miedo al miedo
confieso mi sentir
se escapó el tiempo de nuestro momento
pero vives en mí
recuerdo tu mirar, cuán sincero y sin par
tú, yo y el mar.
—
Claro de luna
Claro de luna, noche perfecta,
Noja se duerme, nadie despierta.
Nada se mueve, todo está quieto
sólo se escucha gemir al viento.
Allá en el fondo de las marismas
las aves sueñas con ellas mismas
se ven cruzando los anchos mares
surcando el cielo de las ciudades.
Recuerdan tristes las que quedaron,
sus cortas vidas ya se agotaron
sus pobres alas no pudieron
batir el aire y no volvieron.
En la espesura de los carrizos
las cigüeñuelas y avetorillos
patos cuchara y zampullinos
en el silencio buscan cobijo.
—
Niño moreno
Niño moreno, niño del alma,
al alba pasas por mi ventana
con la sonrisa siempre colgada
de un rostro triste y triste mirada.
De andar cansino como el que espera
que la Fortuna llegue a su vera,
y separarse de la Pobreza
su única amiga y fiel compañera.
Cuando caminas por la Salceda
la mar contemplas y allí tu esperas
que de ella surja el dios Neptuno
que ponga fin a tanto infortunio.
Allá en el fondo del mar oscuro
tu padre duerme un sueño profundo
y tu deseas con rabia y pena
que el mar se seque y quede la arena.
Niño moreno, niño del alma
tus ojos negros siempre me llaman
llegan por dentro, dentro del alma.
Niño moreno, niño del alma.
Ellos me cuentan de tus pesares,
de tus angustias y soledades,
buscan ansiosos un rostro amigo,
una sonrisa, amor y olvido.
Tú ya no puedes con todo el peso
que en breves años entró en tu pecho
sólo deseas jugar con niños,
comer caliente, dormir tranquilo.
Miras inquieto a tu pobre madre
con la esperanza de que ella te hable,
pero no tiene fuerza en el cuerpo
sin ilusiones se está muriendo.
Niño moreno, niño del alma
vente conmigo, vente a mi casa,
y así podremos juntos cuidarla,
Niño moreno, niño del alma.
—
Las brujas
Aquí en el barrio de Helgueras
entre gritos y hogueras
nos juntábamos tres mujeres
y jugábamos a conjurar.
En las noches más oscuras,
y en las de la luna llena
invocábamos entre cantos
a nuestro dueño y dios: Satán.
Rociábamos los cultivos
con unos polvos secretos
y al unísono gritábamos:
«¡aquí roña y no pan!».
La sequía hacía estragos
y las mieses se agostaban,
¡hay que buscar un culpable
para las furias calmar!.
Aquellas tres pobres locas
fueron un blanco perfecto
y al inquisidor denuncian
ser las causantes del mal.
Encadenadas y presas
las someten a suplicio
hasta que las tres confiesas
haber tostado a un niñito.
En la cárcel de Logroño
una y otra vez declaran
lo que los inquisidores desean
para poderlas juzgar.
¡Pobres nojeñas locas!,
vestidas con sanbenitos
recorren aquellas calles
hacia la pira fatal.
Entre las llamas perecen
tres mujeres indefensas
que lo único que hicieron
fue tener la mente mal.
—
Noja llora
¿Ay! que se va mi gente,
que mi gente me abandona
amigos que no quisieron
ya se han ido para siempre.
Para ellos yo tenía
además de cuerpo, alma
y en sus ojos yo veía
todo el amor que me daban.
¡Ay! las lluvias llegan
¡Ay! que sóla te quedas
vacía de mis quereres
al paraíso se van
los que temblaban al verme.
En mi cielo se refleja
mi pesar y mi congoja
lloro por aquellas gentes
que no volverán a Noja.
Siempre estuvieron conmigo
siempre vinieron a verme
aquí dejaron amigos
cuyo dolor me conmueve.
Nojeños de corazón
siempre estaré con vosotros
pues aquí habéis dejado
vuestros hermosos retoños.